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lunes, 10 de abril de 2017

Estaciones muertas con cantinas vivas


En A Portela y Portas apenas pasan trenes; pero los naipes y los recuerdos ferroviarios habitan en los bares de los apeaderos

Se supone que la estación de tren de Portas es un cadáver. Y que la de A Portela, en Barro, un edificio en agonía. No en vano, por la primera ya no pasa ningún tren de pasajeros, solo de cuando en cuando uno de cemento. Y en la segunda paran dos ferrocarriles al día a los que no sube ni baja nadie. Sin embargo, uno llega a ellas y topa vida. Mucha vida. Y todo a cuenta de las cantinas. Ellas, con sus botellas de coñac alineadas y sus paisanos apoyados en el mostrador, resisten el paso del tiempo. Y de qué manera. Se han reconvertido en espacios donde los naipes mandan todas las tardes. En Portas se juega a las cartas mirando de frente a una vía por la que hace nueve años no corren los trenes -es el antiguo camino de hierro, no por el que circulan ahora los trenes de pasajeros-. Y en A Portela el andén se ha reconvertido en la terraza del bar, donde la niña Andrea, hija de la cantinera, incluso tiene una silla de playa roja en la que se recuesta. En ambos lugares hay un denominador común: los recuerdos ferroviarios habitan y, de cuando en cuando, mandan en la charla.
A las cuatro de la tarde, la cantinera de la estación de Portas trajina en la cocina. Se llama Josefa y, en cuanto oye que Manuel, un cliente que está a pie de barra, recuerda el tren, se suma a la conversación. Viaja él con la mente a los años sesenta, cuando en Portas se cargaba al ferrocarril madera, ganado o harina. Asimismo, recuerda el ajetreo de pasajeros, el ir y venir de vecinos a la estación. Josefa empezó a trabajar en el bar hace once años. Ella ya no recuerda aquel bullicio, llegó cuando el apeadero ya había perdido fuelle. Está contenta con la cantina, de la que antes era empleada y ahora propietaria. Cuenta que el bar tiene 81 años de antigüedad y sentencia con voz risueña: «Aquí non te vas poñer rico, pero resistes, que é o importante». No tiene demasiada esperanza de que vuelva el transporte de pasajeros a Portas. No la tiene ella ni la tienen sus clientes. Pero sí suspira porque, al menos, se haga realidad la senda verde pegada a las vías. «Polo menos virían os camiñantes, algo é algo», insiste la mujer.

Los cuatro empleados
En la terraza anexa a la cantina y pegada a las vías hay hasta tres partidas de naipes distintas. En una juega Alfonso Álvarez, al que todos llaman solamente por el apellido. Él, que es vigués y había trabajado en Bilbao, fue jefe de la estación de Portas desde 1972 hasta el 2002, cuando se jubiló. Se quedó para siempre en Portas. Sin perder ojo al tute que echa con tres paisanos más, indica: «
¿Se había movemento aquí? Home, con dicirche que traballamos catro persoas xa cho digo todo»
. Al hablar de si volverá el tren con regularidad a Portas, a todos se les arruga el entrecejo. Uno, concluye: «
Iso non volve na vida, dígocho eu».
En A Portela, la estación todavía está abierta -la de Portas tiene las puertas cerradas a cal y canto-. Pero la vida, realmente, ya no baja ni sube a los vagones. Está únicamente en la cantina que regenta Ana, en un negocio que antes era de su suegra. Recibe ella justo en el momento en el que se están despidiendo los clientes que vinieron a tomar el café de la sobremesa. La mujer cuenta que seguramente la tarde sea «algo muerta» hasta que llegue la hora de los vinos. Pero se equivoca. A los pocos minutos llegan Manuel Becerra y Miguel Barreiro. Piden dos Estrellas y pasan a tomárselas a las mesas exteriores, que en realidad son los andenes del tren reconvertidos en terraza. Se sientan y abren el cajón de los recuerdos. Empiezan hablando de los distintos trenes que vieron pasar y parar en A Portela: «Aos primeiros chamabámoslle os chacachá carbón, porque eran de carbón e despois viñeron os ferrobús», dice Manuel. «Si, si, e os seguintes foron os lombo camello, que lle chamabamos así aos trens tiñan como unhas xorobas. E os últimos son estes que andan agora, que lles chaman os rápidos, pero rápidos non son», añade Manuel.
Luego, ante la mirada atónica de Andrea, la hija de la cantinera, cuentan sus anécdotas en aquellos vagones que cogían en A Portela. «Eu ía con meu pai a Pontevedra e aí na estación había un niño de estorniños. Pois colliamos eu e outros rapaces os paxaros e metiámolos no tren... faciámoslle cada unha ao revisor», cuenta Miguel. «Eu recordo ás peixeiras de Vilaxoán vir co peixe no tren e repartir despois polas casas», añade Manuel. Bajan sus Estrellas y fluyen los recuerdos. Puede que las estaciones estén muertas. Pero la memoria del tren está viva. Y se deja escuchar bien en las cantinas.

http://www.lavozdegalicia.es/noticia/pontevedra/portas/2017/04/09/estaciones-muertas-cantinas-vivas/0003_201704P9C7991.htm

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