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viernes, 28 de septiembre de 2018

Los niños de doña Concha ya tienen donde honrarla


Marcial Silva y Luis Rodríguez son abuelos. Pero ayer volvieron a ser niños. Y no unos críos cualquiera: volvieron a ser los niños de doña Concha. Estos dos hombres en su un día fueron alumnos Concepción del Río, en la escuela de Barro -ubicada en el municipio de Barro, la parroquia de Barro y en el lugar de Barro-. Y ayer, al volver a pisar este viejo edificio que el Concello está rescatando de la ruina, su caja de los recuerdos se abrió de par en par. Y de ahí salió la memoria viva de los años cincuenta en una escuela del rural gallego. Volvieron a recitar ríos y montes de carrerilla. Volvieron a reír recordando la leche en polvo que le ayudaban a preparar a doña Concha para matar el hambre. Pero, sobre todo, se dieron cuenta de que habían sido felices en esas cuatro paredes que ahora recobran vida.
Marcial y Luis se incorporaron a la escuela a los cinco años, el primero en 1958 y el segundo en 1962. Entonces, doña Concha, que dio clases en Barro hasta la jubilación, ya había capeado con varias generaciones. Los dos recuerdan con nitidez cómo era aquella escuela de piedra, la primera que tuvo Barro -el resto eran en casas particulares-, en la que la maestra tenía también su vivienda: «Eramos corenta ou máis, ás veces non colliamos e algúns tiñan que estar no pasillo. Era unha escola mixta. Os rapaces sentabámonos a un lado e as nenas no outro. Os máis pequeniños estaban diante e conforme tiñamos máis idade iamos para atrás. Os grandes tiñamos a obrigación de ensinarlle aos pequenos», dicen con una misma voz.
Marcial, según cuenta, debía ser el trasto de la clase. Pero tuvo suerte. Porque doña Concha no era de las de la letra con sangre entra, «nin daba cachetes nin nada, era ouro puro», recuerda Marcial. «E machacaba e machacaba para que todos leramos», apostilla Luis. Con ella aprendieron los gentilicios de toda España, las capitales del mundo, con ella les tocó también hablar castellano por primera vez en sus vidas. Dicen que al principio les costó, pero que doña Concha era flexible si le contestaban en gallego. Aseguran que vivieron en sus propias carnes una de esas viñetas célebres de Castelao: «Doña Concha díxolle a un rapaz ‘¿Cuántos años tienes?’ E el faloulle dos años que tiñan as súas ovellas... a cousa era así naqueles tempos. Moito castelán non sabiamos ao chegar a escola e había que aprendelo».
Recuerdan que había una materia sobre el sentimiento nacional. Pero dicen que doña Concha no debía concederle demasiada importancia, porque nunca cantaron el Cara al sol ni lanzaron proclamas patrióticas.
A clase después de ir al maíz
La maestra sí era muy religiosa. Y ellos fueron alumnos de los que rezaban todos los días en clase y que sí o sí estaban obligados a ir a misa. Luis, que vivía y vive pegado a la escuela, tenía una relación especial con la maestra, porque ella solía cenar en su casa. Dice que hasta le tomaba lecciones por la noche. Y que muchas veces la acompañaba a misa: «Ás veces iamos ás sete da mañá á misa», explica Luis mientras mira hacia los amplios ventanales de la escuela. Es ver las ventanas y que otra anécdota le sobrevuele: «Daquela os rapaces tiñamos que traballar na casa. Eu moitas veces ía ao millo antes de vir á escola. Ela víame pasar co millo e xa me facía a sinal de que iso non podía ser. Pero cando chegaba tarde non me rifaba nunca... Na nosa casa ela era unha máis e a min regaloume a primeira bicicleta», explica.
La escuela se rodea de verde. Y Luis recuerda bien que los niños de su generación cavaron la tierra con sus propias manos para hacer un campo de fútbol que cambió para siempre los recreos. A Luis y a Marcial se les arruga el entrecejo cuando recuerdan lo que vino después, cuando cerró la escuela. Acabó en ruinas, llena de silvas, después de haber sido una cuadra de cerdos. De ahí que insistieran al Concello para recuperarla. Con las obras ya casi a punto, vuelven los recuerdos. Vuelven hasta los sabores. Porque han pasado sesenta años y ellos no olvidaron las galletas caseras que les hacía doña Concha. «Nunca antes viramos galletas», confiesan los dos.
Luis era el «niño bonito» de la maestra, que
le regaló su
primera bicicleta
Marcial era el traste de la clase, pero se aplicó y aún conserva la cartilla con los aprobados

https://www.lavozdegalicia.es/noticia/pontevedra/2018/09/25/ninos-dona-concha-honrarla/0003_201809P25C8991.htm

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