Bares, puestos ambulantes y hasta bajos de viviendas con máquinas de refrescos animan la ruta entre Pontevedra y Barro
El Oasis es el bajo de una casa a poco más de trescientos metros de la Fervenza de A Barosa, en Barro. El nombre da buena cuenta de lo que se vive allí dentro. Es un ejemplo enxebre de logística empresarial. Víctor Manuel Búa vio la oportunidad de unirse al tirón del camino y lo que empezó como un furancho regentado por sus padres para vender el excedente del vino es hoy, tan solo cinco años después, un bar que se acopla al ritmo de los peregrinos. Abre de Semana Santa al 1 de noviembre. Es uno de esos negocios de temporada que dan de comer a muchas familias que viven a pie de la ruta jacobea y llena sus paredes con notas de agradecimiento. «De este hogar llevo el estómago lleno de buena comida y el corazón con cariño y amor. Gracias por todo», escribió Joao, uno de los cientos de caminantes que hacen en el Oasis un alto en el Camino.
Son algo más de 15 mesas, pero decenas de clientes desde las once de la mañana. Así que en lugar de ir el camarero a la mesa, dispusieron sobre una barra frutas, empanadas, tortillas, tartas o chorizos al infierno, los verdaderos reyes de este local. «Alucinan, en cuanto le echamos el orujo sacan los móviles para hacer fotos. Nuestros chorizos recorren el mundo, deben de estar hasta en Japón. Los que más se sorprenden son los orientales, pero también los alemanes y los ingleses», comenta Víctor entre risas, que reconoce que alguna vez le hincan el diente al chorizo antes de que le dé tiempo a echarle el orujo. No les faltan las anécdotas. Las estrecheces económicas también se viven en la ruta religiosa. «Hay casi una anécdota por día. Desde el que te pide tres tenedores para un pincho de tortilla o la sopa con dos cucharas para compartir», reconoce. Esa es la excepción que este verano se ha repetido, pero la buena comida hace que a media mañana no haya casi sitio para el tentempié que le dé fuerza hasta el final de la etapa en Caldas.
Las caras de los peregrinos lo dicen todo. Saborean cada bocado que dan. Llegan exhaustos y cuando se sientan frente a los platos, todo cambia y hasta se atreven a bromear de fútbol con el sobrino de Víctor, que echa una mano durante la temporada de verano. También su tía refuerza el servicio. Es un negocio 100 % familiar, como casi todos los que están en esta ruta. Algunos peregrinos optan por quedarse en el interior, otros, a pesar de la amenaza de la lluvia, prefiere comer bajo las parras del viñedo. La comida casera es su seña de identidad y la sonrisa del cliente el empujón para volver a abrir cada invierno.
Venta de fruta y empanadillas
A poco más de un kilómetro del Oasis, Josefa Borrazás instala casi a diario su furgoneta bajo los árboles en un tramo que cruza Barro bajo los árboles. Tiene cajas con frutas y una bandeja llena de empanadas y empanadillas que hacen parar a bastantes peregrinos. El idioma no es un problema. No sabe inglés, ni tampoco francés o alemán, pero es capaz de entenderse para cobrarles. «Hace un año que vengo, ganó más estando en Pontevedra porque aquí vendes de una en una las piezas de fruta, pero das el servicio», recalca esta mujer que suele levantar el campamento sobre las dos de la tarde. Hoy está empezando a llover y toca recoger antes de tiempo. Aprovecha los últimos minutos para vender tres ciruelas maduras a unas chicas que llegan con una conversación muy animada. ¿Es rentable? «Bueno, saco entre 200 y 300 euros al día», puntualiza mientras hace la caja.
Ha sido un buen día porque a pesar de que ya empezó septiembre, hay todavía mucha gente en el Camino Portugués. El goteo de peregrinos es muy alto. «Muchos ya se paran antes en Don Pulpo o A Pousada do Peregrino y aquí pasan de largo», apunta. Es habitual que a unos metros de ella se monte una furgoneta como las de las ferias para vender bebidas o helados. En Pontevedra, sin embargo, surgen otros llamados a funcionar todo el año. Peregrinos Market abrió hace solo un mes después de que Juliette Toro viese como cientos de peregrinos atravesaban la calle Virgen del Camino. Encontró la oportunidad de sumarse a ese tirón que deja la ruta jacobea. Vende desde alimentación a recuerdos de Galicia, pero su horario también lo marca el ritmo de los que caminan.
A las once de la mañana cierra después de cuatro horas de atención al público y vuelve a abrir por la tarde. «Damos servicio también a los que están en los albergues, que vienen muchas veces a por la algo para cenar», apunta Toro, que encuentra en el peregrino un cliente «muy educado y amable» que transmite ese espíritu que quiere inculcar el Camino de Santiago, aunque a veces compartan un plato de sopa entre dos.
Las máquinas de refrescos, la otra oferta del Camino
Los peregrinos agradecen poder hacer un alto en el Camino Portugués, sea o no en un local. Antes de llegar a Barro, en la pontevedresa parroquia de Alba, una vivienda habilitó en el bajo tres máquinas de vending y un baño con ducha. Es de las primeras paradas del Camino desde que se sale de Pontevedra para poder comprar un refresco o un tentempié. «Esta mañana era una locura, había un montón de gente y tuve que ponerme en la puerta del baño porque sino entra uno y agarra la puerta para que pase el siguiente sin pagar», reconoce la responsable, que dice estar un poco agotada de encontrarse alguna «sorpresa» cada día.
Junto a las máquinas hay una rendija en la pared por la que se puede meter dinero. Encima está escrita la palabra «donativo». Justo enfrente está la puerta que accede a los baños y a una ducha, pero para entrar hay que pagar un euro. Y pese al servicio que ofrecen, la propietaria reconoce que muchas veces los peregrinos se enfadan por tener coste. Aún así, varios paran para coger una de las chocolatinas que ofrece la máquina.
Un Oasis para los peregrinos
Un Oasis para los peregrinos
Un Oasis para los peregrinos
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