Cuando ocurre un crimen machista es frecuente que los medios de comunicación recojan testimonios de los vecinos que casi siempre hacen un perfil del agresor cargado de tópicos buenistas y estereotipos simplistas que justifican la sorpresa y a la vez los excluye (nos excluye a todos como responsables indirectos) de la escalada de violencias que sufren muchísimas mujeres en su día a día. Son frecuentes los "era un padre maravilloso", "un vecino ejemplar", "amigo de sus amigos", "siempre ayudaba" y hasta en algunos casos recientes se ha aludido a que el presunto asesino militaba en organizaciones sociales, como si el patriarcado no estuviese presente en absolutamente todas los escalafones de la sociedad. Los allegados, los vecinos, la familia se excusan con un "no lo vimos venir", cuando no culpan sibilinamente a la víctima de su desgracia porque "se estaba separando", "quería quitarle a sus hijos" o "tenía una relación con otro hombre". Más te vale no estar de fiesta o ser una mujer en situación de prostitución porque entonces, directamente, tú eres la culpable.
El presunto asesinato de Jéssica Méndez, de 29 años, perpetrado -supuestamente- por su vecino José Eirín que estrelló su coche contra el de la joven en la nacional 550 de Pontevedra, tiene un relato diferente. En este caso sí ha habido unanimidad entre los vecinos para tratar a la joven con el respeto y la consideración que se merece: nadie ha encontrado mácula alguna en su historial. Es sorprendente, sin embargo, que el presunto homicida, de 42 años, llevase acosando con impunidad a Jéssica desde que esta era una niña, de una manera obsesiva y a todas luces enfermiza, merodeando su casa, espiándola por las ventanas, saltando el muro de casa de los padres para introducirse en la finca e incluso llegando a pincharle las ruedas de su coche hasta en seis ocasiones para que no pudiese desplazarse a ver a su novio. No he leído ni escuchado a ningún vecino decir que Eirín era un tipo ejemplar, sin embargo, y a pesar de todos estos antecedentes, la sorpresa en el pequeño municipio de Barro, en donde vivían ambos, ha sido mayúscula. Preguntando a fuentes vecinales cercanas a la víctima y al supuesto agresor me aseguran que Eirín era un tipo un poco raro, solitario, que nunca tuvo pareja, ni tampoco amigos íntimos y, sobre todo, que parecía un poco "tontiño". Se sacó el carnet hace pocos años, no se le conocía oficio alguno, e iba solo a la taberna a ver el fútbol. Parece que el acoso al que tenía sometida a Jéssica era un secreto a voces. Aunque el padre de la joven sí había denunciado a Eirín en una ocasión por pincharle las ruedas del coche a su hija, en el Centro de Información á Muller del área de su influencia (en el municipio de Caldas de Reis) no tenían constancia de esta denuncia, ni de la situación de hostigamiento en la que vivía Jéssica desde los 14 años, cuando este hombre era un adulto de casi 30.
Muchas veces hemos explicado desde el feminismo que no existe un prototipo de víctima de violencia machista y que todas, absolutamente todas las mujeres, podemos serlo. Sin embargo, la negación sistemática de la violencia machista por parte de numerosos responsables políticos y líderes de opinión dados al not all men oculta otra innegable realidad: no existe un perfil hombre peligroso o, si lo prefieren, no hay un perfil de hombre inofensivo. Tengo la terrible sensación de que quienes conocían la situación subestimaron a Eirín.
Tengo la sensación de que muchas mujeres lidian a menudo con el acoso de supuestos hombres inofensivos. Perviven en el imaginario colectivo algunas frases hechas como esa que "de bueno, tonto" como si la bondad tuviese algo que ver con la estupidez o la ingenuidad. Como si un tipo corto de luces no estuviese igual de socializado en el machismo y en la dominación hacia las mujeres que otro con un cerebro superdotado. Pervive también otra cuestión: las mujeres no solo tenemos que consentir el acoso cotidiano de cualquier individuo a través de piropos, tocamientos o reiteradas propuestas sino que, encima, si esta persona tiene alguna tara, debemos ser todavía más permisivas porque se supone que nosotras somos las de los cuidados. Todas las mujeres, desde crías, nos hemos hartado de aguantar las increpancias de los tontos del pueblo, de los borrachines, de los que se pajean en el coche a la salida del colegio, de los excluídos por otros hombres, de los resentidos. Pequeñas molestias con las que nos hemos acostumbrado a vivir por el bien común. Es a nosotras a quiénes se nos exige jugar con quién los chicos no quieren, a atender, a consolar a aquellos que la sociedad o sus propias familias han encerrado en cuatro paredes. A follar previo pago con quienes nadie quiere acostarse por propia voluntad. Qué casualidad que el presunto asesino, por más tonto que fuese, tuviese muy claros los códigos de violencia machista: había dicho que Jéssica, o era de él, o no era de nadie
A pesar de que no existía vínculo emocional ni sentimental entre la víctima y el presunto asesino, este caso claro de feminicidio ha hecho que la valedora do pobo de Galicia haya iniciado ya actuaciones para su reconocimiento como violencia machista dentro del Pacto de Estado. Ese tipo de violencia que, por más muertas que acumulemos, muchos representantes políticos se niegan a reconocer y otros están empezando a poner en duda. En la ultima semana, en medio de varios sucesos terribles de violencia contra las mujeres, el todavía presidente de la Xunta tuvo la feliz idea de declarar que ante un asesinato de menores producido por un padre "por un problema con su pareja" no estaríamos ante un caso de violencia machista, sino que "eso es violencia intrafamiliar". ¿Cómo llamará ahora el partido que está destinado a liderar Feijóo al crimen de Jéssica? ¿Violencia vial? De momento, nadie del Partido Popular del municipio pontevedrés de Barro, ahora en la oposición, ha hecho una declaración pública de repulsa por este crimen.
https://blogs.publico.es/otrasmiradas/58226/se-puede-ser-tonto-y-ademas-asesino-machista/
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