Me hierve la sangre al pensar que con este día de sol mi hija de solo tres años se queda varias horas en un aula. Pero, claro, cómo va a salir la profesora de paseo con ellos si tiene 21 niños para ella sola». Esa era la reflexión que hacía ayer, a las puertas de un céntrico colegio de Vilagarcía, la madre de una preciosa niña rubia de tres años. Ese mismo pensamiento seguramente recorrió ayer la cabeza de muchos otros padres. Pero no de todos. Porque hay progenitores que saben que, a nada que luzca el sol, sus hijos cambiarán los pupitres por animadas clases en la naturaleza, que cogerán la sacha para poner fresas en un huerto o bajarán libres por los toboganes. Y que estarán seguros porque la profesora, como mucho, tiene que atender a diez alumnos a la vez. Esos padres tienen a sus hijos en diminutos centros, en el puñado de escuelas unitarias que todavía perviven en Pontevedra y Arousa. Basta con visitar algunas para enamorarse de una enseñanza infantil -de tres a cinco años- que entiende más de cariño y familiaridad que de normas y horarios. La pena es que la mayoría están amenazadas por el bajón que ha pegado la inscripción.
La tónica es la misma en Pontevedra que en Arousa.
Hace unos días que acabó el período de inscripción para el nuevo curso
-la matrícula se formaliza en junio- y ya hay algunas escuelas donde se
habla de cierre en la comunidad educativa, ya que no se alcanzan los
seis alumnos mínimos que suele pedir la Xunta para continuar con la
actividad. Ocurre así en la escuela Do Sartal, en Poio. En este centro,
se marchan tres niños y no hay ni una sola inscripción nueva. Los padres
están dispuestos a luchar, pero falta que logren su adjetivo. Sin salir
de Poio, algo más tranquilos respiran en el centro de Portosanto, donde
se marcha un alumno y llega otro, de tal manera que quedarían los seis
mínimos. Estos son solo dos ejemplos del panorama general. Pero hay
bastantes más.
Cambiemos de concello. Y vayamos, por ejemplo, hasta
Vilagarcía. Allí también hay una escuela al borde del precipicio. Es la
de Solobeira, donde de momento dicen que solo tendrán seis niños, aunque
indican que «ojalá llegue alguno más». Preguntar en más unitarias y en
más concellos es toparse con numerosos profesores que respiran aliviados
al decir que llegaron a esos seis alumnos o incluso a alguno más.
Ocurre así en dos centros de Caldas, el de Godos o el de San Andrés, que
prevén tener seis cada uno. O en Barro, en la unitaria de Curro, donde
de los once niños que tienen este año el que viene serán solamente
siete. La profesora dice que siempre están en la cuerda floja. Pero se
acuerda de lo que pasó hace tres años y sonríe: «Foi unha marabilla, tivemos quince nenos xuntos. Parecía que houbera un baby boom en Barro».
Las que respiran tranquilas
Es cierto que algunas escuelas
respiran bastante más tranquilas. Sobre todo, lo hacen las que están
dentro de Colegios Rurales Agrupados (CRA), que suelen tener más
matricula. Lo cuentan así desde Vilaboa, Ribadumia, Meis o Valga, donde
indican que, afortunadamente, ninguno de sus centros corre peligro de
muerte por falta de alumnado. Incluso también hay algunas unitarias que
no pertenecen a ningún CRA que notaron el bajón de alumnos pero todavía
tienen margen antes de que el cierre planee sobre ellas. Ocurre así en
Portas, donde en Lantaño se prevé que haya nueve niños el año que viene
-este curso son trece-. Y también en Caldas, tanto en Carracedo, donde
habrá diez niños, como en Saiar, con trece o catorce.
Hay una escuela unitaria que va a contracorriente de
lo que sucede en Arousa y Pontevedra. Bien merece ser destacada. Se
trata de la de Guillán, en Vilagarcía. Este año tiene diez alumnos. Y el
curso que viene, previsiblemente, serán 15. «Estamos muy contentos»,
decía la maestra.
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