El transporte de Pontevedra a Arousa es como un regreso al pasado constante; por lo que tarda y por el ambiente que hay
Cuando se sube al bus que va desde Pontevedra a
Vilagarcía, y se sube porque se perdió un tren, se tiende a pensar que a
buena parte del personal le pasó lo mismo. Y que si pudiesen tomar un
ferrocarril en ese momento, a buenas horas iban en autocar. Pero nada
más lejos de la realidad. Se nota, nada más llegar, que la mayoría de
los usuarios del transporte son convencidos del autobús en general y de
esa línea en particular. Al menos, los que la semana pasada cubrían el
servicio que a las ocho en punto de la tarde salía de la estación de
autobuses pontevedresa con destino a las tierras arousanas. El que más y
el que menos llamaba al chófer por el nombre y comentaba la jornada con
él. Hablaban de que llegarían tarde a ver el Madrid en un bar
vilagarciano. Uno creía entonces que estaban equivocados, porque
quedaban 45 minutos para el partido y poco más de veinte kilómetros por
cubrir. Pero sabían de qué hablaban. Vaya si lo sabían.
Los primeros minutos fueron de protestas
generalizadas y en voz alta. El silencio que impera en otros
transportes, lo de ir cada uno a los suyo, en esta ruta no existe. Se
comentaba que hay demasiadas paradas en plena ciudad -el autocar se
detiene varias veces antes de salir de la urbe- y que «así que non hai quen chegue».
Razón no les faltaba. Un total de 17 minutos de reloj fueron los que
empleó el autocar en dejar atrás al fin el casco urbano pontevedrés. Con
semejante panorama, los novatos en la ruta empezaban a suspirar. Pero
no hay problema. Porque el bus va cargado de viejos viajeros dispuestos a
ayudar. «Non te preocupes, deixa de mirar o reloxo, que agora este xa lle mete caña e chegamos pronto», recomendaba un hombre que conversaba en voz alta con un compañero de varios asientos más adelante.
Solo con su charla uno estaría entretenido hasta
Madrid. Primero se quejaban de las paradas, de que hacía calor, del
tiempo... Y luego bromeaban. Llegaban a hacer reír a todo el personal,
sobre todo al más joven, que poco a poco iba poblando los asientos en
dirección a A Illa, Vilanova, Curro o Vilagarcía. A la altura del nudo
de bomberos, casi aún en la capital del Lérez, ya estaba el autocar
mediado. Y eso que en la estación de ferrocarril parecía que no había
viajeros.
Cargamentos variados
Los 17 minutos invertidos en salir de
la ciudad, en realidad, no eran tantos si se ponen en contexto: el
tráfico era peliagudo, el número de viajeros importante y, encima, cada
cual llegaba con una maleta más grande, desde bolsas del mercado a
mochilas o cajas colosales.. Lo que obligaba a abrir el maletero,
descargarlas y demás. «
Deixade de cargar paquetes que non pode o coche con elas»
, decían los mayores, que seguían con
su charla. Más allá de ellos, otro hombre charlaba con el chófer.
Hablaba de los nietos. Y medio autobús se enteraba de que no le quieren
ver con barba, que se la intentan cortar cuando se despista. Unas
muchachas se reían a carcajadas con sus historias. Había diversión.
Tras agilizarse el viaje en la PO-531, los novatos
volvían a alarmarse a la altura del polígono industrial de Barro-Meis.
¿Pero por qué se desvía el bus de la carretera, se preguntaban? Como
siempre, la respuesta se escuchaba en el autocar aunque no se preguntase
en voz alta. «Vai ir por aquí e non vai haber ninguén esperando, xa verás», pronosticaba un hombre. Y tenía razón.
De vuelta a la carretera habitual, empieza el rosario
de paradas. Se detiene delante del bar A Pedra, a 500 metros del cruce
que va a Mosteiro, delante del bar Stop... Y en todos los lugares hay
quien baje o suba. Los clientes son de dos tipos: personas mayores o
estudiantes. «Eu veño sempre, para min é o máis cómodo e
barato, porque se viñera en tren teríanme que ir buscar á estación, a
Vilagarcía penso eu, e meus pais non poden andar con iso», comentaba una muchacha de Meis que se forma para peluquera en Pontevedra.
Refrescos a bordo
Mientras tanto, mientras los
pasajeros subían o bajaban, la charla se animaba. Uno de los mayores se
cambiaba al primer asiento. Y decía algo así como: «
¿Non hai algo fresco para min?»
. Podría pensarse que bromeaba con
que estaba en un bar. Pero, nuevamente, no hablaba por hablar. El chófer
le indicó que en la nevera había material. El hombre sacó una lata y
sació la sed al instante. Iba en su salsa. Y se notaba al llegar a la
conocida como recta de A Goulla, donde la existencia de varios clubes de
alterne le ponía fácil el chiste:
«A ver cando invitas aí a unha cervexa
», le espetó a otro paisano, que se subía al carro de las bromas.
Así, sumaba y seguía el tiempo. Conforme el autocar se acercaba a Vilagarcía, iban sonando las peticiones de paradas. «Este é moi bo rapaz, se insistes ata igual che para onde queiras»,
se comentaba. En el hospital de O Salnés había una importante cantidad
de viajeros cogiendo el transporte hacia Vilagarcía. Los que les
esperaban dentro, les recibían con saludo. El reloj marcaba ya, en ese
momento, las 20.45 horas. Efectivamente, el Madrid se jugaba ya en aquel
momento las habichuelas contra el Wolfsburgo y el bus no había llegado a
Vilagarcía capital. Sabían de lo que hablaban. Pero, aún así, ni uno
solo se despidió del bus sin sonreír.
http://www.lavozdegalicia.es/noticia/arousa/a-illa-de-arousa/2016/04/12/viajes-epoca-pasajeros/0003_201604A12C3991.htm
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