Valentín Pazos Recamán aún se acuerda de cuando  allá por el año 1949 había en la ciudad catorce castañeros trabajando y  de cómo este fruto «matou moita fame» en Pontevedra. Durante mucho  tiempo él personificó este tradicional oficio y la aparición de su  carrito (que ya tiene 115 años) era la señal de que el otoño había  llegado a la Herrería. Hoy sigue a sus 77 años a pie de locomotora, pero  también están sus hijos Agustín, Tín, que se ha incorporado este año, y  Paco, con otros dos puestos en la Peregrina y la plaza de Compostela.  Además, se ha unido al gremio una castañera de Barro, María Giovanna  Fernández, que se ha hecho junto a su marido una plaza en la calle  Sagasta, y cuyo hermano José María atiende otro carro en Gutiérrez  Mellado.
Pero ¿De dónde llegan tantos kilos de castañas a  los calientes cucuruchos que sirven todos ellos? Pues hay hasta cinco  líneas regulares que surten sus trenes. María Giovanna, que dice que  esta ocupación «va en la sangre» -sus abuelos ya eran castañeros- cruza  la frontera hasta la ciudad lusa de Oporto. Cada quince días viajan o  ella o su hermano para traerse 400 kilos de castañas. «Sobre todo las  primeras castañas han salido muy malas este año en Galicia, y si  queremos hacer clientela tenemos que ofrecer algo bueno, por eso nos  vamos a Portugal».
Valentín, por su parte, es fiel «a la tierra de la  chispa», Ourense, y más en concreto de Celanova o Verín. También va  hasta allí para traerse entre 2.000 y 3.000 kilos, que luego guarda en  una cámara frigorífica a 0 o 2 grados y de los que va disponiendo para  reponer día a día.
Sus hijos, Paco y Tín, tampoco coinciden a la hora  de buscarse las castañas. El primero, autodenominado El príncipe de las  castañas (se casó el mismo día que Felipe y Letizia), solía encargar su  primera mercancía del otoño en la Ribeira Sacra.
Con bicho 
«Pero cuando fuimos a buscarla con el remolque el  50 % tenían bicho -señala Paco-. No llovió mucho y el erizo no abrió,  así que el bicho crió dentro». Así que se fue hasta el Bierzo, como hizo  el año pasado en su debut, aconsejado por un amigo de Valladolid.  «Desde allí me las traen, pero tengo que encargar 1.000 kilos y por eso  me sale un poco más cara -cuenta-. Pero fue tal el éxito que tuve que me  decidí a seguir». Esos mil kilos dan para dos semanas en su caso, sobre  todo a principio de temporada, porque acude con su locomotora a muchos  magostos en los colegios. «La gente estudia y va al colegio, pero cuando  acabas a tus amigos a veces no los ves más. Pues para mí venir cada año  (llevo 33 desde que venía con mi padre) es como la vuelta al cole.  Todos los años vuelvo a ver a mis compañeros, que es la ciudad de  Pontevedra, y es muy bonito». Se suele quedar hasta Reyes, «porque  después, aunque hay castaña, la gente ya está un poco saturada», y el  resto del año trabaja en unos astilleros. «Solo me quedan los aviones,  tengo tren y barcos...», bromea.
Competencia 
Paco y su padre creen que la competencia en este  gremio tan familiar es buena, aunque ambos critican el uso de gas para  asar las castañas por parte de otros compañeros de oficio. «Hay que  mancharse las manos», señala el príncipe, mientras comenta que las  locomotoras de su familia utilizan carbón vegetal.
Para su hermano Agustín es el primer año en  solitario, aunque al igual que Paco acompañaba a su padre desde niño y  aún hoy, hay días en que le ayuda. «Tengo a quince familias de Parada do  Sil que de toda la castaña que cogen me quitan la pequeña y la mala y  me seleccionan la que voy a buscar», asegura. Cada dos semanas se va a  por 700 kilos, que duran veinte días, y aunque afirma que este año «es  el peor» de la castaña, a él no le ha afectado «porque estas familias me  la eligen». «Para mí estar aquí es pura felicidad, no lo cambiaría por  nada del mundo», afirma.
Lo mismo dice su padre, que no se piensa jubilar  «porque son unha persona querida no mundo enteiro». Y deja una frase  para la reflexión de los pontevedreses acerca de su tren: «Merece un  monumento; fanllo a un paxaro e non a esta máquina que matou tanta  fame».
«Para hacer clientela tenemos que ofrecer algo bueno, y por eso vamos a Oporto»
«Para mí venir cada año es como la vuelta al cole y los compañeros son la ciudad»
«Fanlle un monumento a un paxaro e non a esta máquina que matou a fame»


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