Ya lo dijo el director de la Policía, Ignacio Cosidó.
 Los detenidos en el marco de la operación Dulce cometieron el error de 
negociar la compraventa de las tres toneladas de cocaína intervenidas en
 Barro en España, uno de los países europeos con mayor experiencia en 
luchar contra la distribución de estupefacientes.
Este, junto con la ostentación de poder adquisitivo 
que hicieron durante su estancia en Santiago, no fue su único error. Ya 
lo dice la sabiduría popular: el hombre es el único animal que tropieza 
dos veces con la misma piedra. Y en este caso concreto, todo parece 
apuntar en la dirección de que la rama británica, al frente de la cual 
la Policía Nacional sitúa a Gary Williams, de 41 años, pudo haber 
intentando poner en práctica un plan que las fuerzas policiales ya 
frustraron en el 2009.
Entonces, al igual que ahora, una banda aprovechó las
 semanas previas a la Navidad para aprovisionarse de cocaína con la 
intención de inundar la región de Hartlepool con esta droga. Trece 
miembros de la banda fueron condenados. Al líder de la misma, John 
Rayner, le cayeron trece años y medio de prisión, mientras que a 
Williams, por aquel entonces un dealer o camello, fue condenado a seis 
años y nueve meses.
Al igual que entonces, el gusto por el lujo fue una 
de sus perdiciones. No en vano, la banda realizaba las transacciones en 
un ático del puerto deportivo de Hartlepool, si bien Williams fue cazado
 merced a los pinchazos telefónicos que llevó a cabo la policía.
Seis años después de aquellos hechos, y ya asentado 
en la Costa del Sol, Gary Williams entabló contactos con un grupo de 
holandeses que, presumiblemente, tenían capacidad de mover importantes 
cantidades de cocaína. Presumiblemente, la idea de anegar las calles de 
Hartlepool durante las fiestas navideñas con esta droga volvió a rondar 
por su cabeza, si bien con una ligera modificación. Su mirada se posó, 
en lugar de en esta localidad del norte de Inglaterra, en la City, en 
Londres, así al menos lo sospechan agentes próximos a la investigación 
llevada a cabo por la Policía Nacional y distintas agencias y 
especialistas antidroga del Reino Unido, Colombia y Estados Unidos.
Con lo que no contaba es con el hecho de que la NCA o
 National Crime Agency británica ya le estaba siguiendo los pasos. Los 
agentes de esta unidad sospechaban que el narco inglés pretendí volver a
 entrar en el negocio, pero ya no como un mero actor secundario sino 
como el cerebro. El tiempo parece haberles dado la razón.
Los ingleses contactaron con los holandeses. Al 
parecer, la droga sería adquirida por estos últimos en Colombia, de tal 
modo que la partida sería alijada en un buque nodriza hasta un 
indeterminado punto próximo a la costa pontevedresa. Los estupefacientes
 serían entonces descargados a tierra a bordo de planeadoras por alguno 
de los clanes arousanos todavía en activo.
De hecho, las distintas fuentes consultadas tienen 
claro quien está detrás de la rama gallega, pero reconocen que carecen 
de pruebas. Añadieron que si las detenciones se practicaron el pasado 14
 de diciembre, estas no se hicieron públicas hasta ya entrado el nuevo 
año porque se apuró todo lo posible para localizar algún indicio que 
pudiese incriminar a esta persona, que carece de antecedentes penales, o
 a su entorno.
Lo que sí tienen claro los investigadores es que las 
tres toneladas de cocaína fueron almacenadas en una nave industrial del 
parque empresarial de Curro, en el municipio de Barro. Allí permanecían 
ocultas a la espera de que la vigilancia policial sobre la frontera 
entre Francia y España se relajase, toda vez que tras los atentados 
yihadistas de París se había incrementado el control.
El 14 de diciembre realizaron su último movimiento. 
Cargaron setecientos kilos en una furgoneta y se dirigieron hacia 
Málaga. Todo parece indicar que su intención era guardar la droga en 
pisos francos y esperar al momento adecuado para desplazarse a 
Inglaterra. No llegaron a abandonar la provincia de Pontevedra.
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