El albergue de A Portela celebra su aniversario ofreciendo a los peregrinos un ambiente familiar y en contacto con la naturaleza
El Camino de Santiago es una fuente inagotable de 
aventuras y experiencias de vida irrepetibles que permanecen imborrables
 en la memoria de los peregrinos para siempre. En Barro se halla un 
lugar propicio para que esos momentos únicos surjan. Lejos del bullicio y
 las aglomeraciones en las que se han convertido los albergues de las 
principales ciudades del Camino, donde casi no hay tiempo ni espacio 
para disfrutar del entorno; en un paraje natural en el que se alza una 
aldea inalterable al paso de los años, se encuentra el albergue de 
peregrinos de A Portela. Un pequeño refugio conocido por pocos 
peregrinos ideal para una pequeña escala en la que curarse las heridas y
 conectar con la naturaleza y los compañeros de la ruta.
«Aquí no hay oferta de ocio, ni exposiciones que 
visitar; lo que ofrecemos es tranquilidad y compañía», afirma Jorge 
López, responsable de un albergue que celebra este mes su segundo 
aniversario. El ambiente familiar invade al caminante desde el primer 
momento que entra en la posada. «Les ayudamos a curarse las heridas e 
incluso vamos al súper a comprar comida, si quieren», explica López. Una
 comida que, al ponerse el sol, preparan en la barbacoa del jardín y a 
la que se suman los dieciséis huéspedes que caben en el albergue. 
Alrededor del fuego y compartiendo una costilla de cerdo, los romeros 
abren sus corazones, comparten experiencias y, en ocasiones, forjan 
amistades duraderas. «Trabajar aquí es una experiencia muy 
enriquecedora», asegura el gerente del albergue.
Camino alternativo
El perfil del público que visita este refugio, 
alejado de la ruta principal del Camino portugués, es el de un peregrino
 que opta por hacer etapas más cortas o que no es la primera vez que 
completa el Camino y busca una experiencia diferente. «Los peregrinos 
que pasan aquí una noche, repiten y lo recomiendan», sostiene Jorge. 
Aunque al albergue llegan caminantes solitarios, familias y grupos de 
amigos, predominan las parejas que buscan tranquilidad y un entorno 
natural.
No obstante, reconoce el gerente que a lo largo de 
estos dos años de servicio y entre los muchísimos peregrinos que se 
hospedaron en la posada, hay algunos que dejaron huella. Es el caso de 
una anciana con párkinson que firmó una bonita dedicatoria en el libro 
de visitas, y que emociona a todo el que la lee. No tan emotiva pero 
igualmente curiosa es la historia de un grupo de cuatro chicas coreanas 
que llegaron al albergue con la firme intención de prepararse una 
ensalada con unos vegetales que habían encontrado por el camino. Lo 
sorprendente de la historia era que esas hierbas resultaron ser fentos, 
que las coreanas se comieron con gusto.
Mural
Cada uno de los peregrinos que pernocta en el 
albergue de A Portela deja su sello en una de las paredes del edificio 
en la que hay pintado un mapa de España. En sus márgenes, firman con su 
nombre y su origen los caminantes. Sostiene Jorge López que, sin contar a
 los españoles y portugueses que por proximidad son los más numerosos, 
los alemanes son los huéspedes más habituales. No obstante, en los dos 
últimos años hubo tiempo para que pasaran por el albergue personas de 
lugares muy remotos como Siberia, Tasmania o Groenlandia. De las 
antiguas repúblicas soviéticas también llegan muchos peregrinos, al 
igual que de Sudamérica. Llamativa es la visita de fieles procedentes de
 países de oriente, como Jordania, Irán, Siria o Israel. «Estar aquí es 
como viajar sin salir de casa», apunta López y añade que el idioma no 
supone ningún impedimento para establecer comunicación.
Un mural refleja la visita de peregrinos procedentes de Tasmania, Siberia o Groenlandia
http://www.lavozdegalicia.es/noticia/pontevedra/2015/06/21/dos-anos-servicio-camino/0003_201506P21C11991.htm 
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