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martes, 12 de marzo de 2013

¿ Quien és Manolo Ruibal ? Dos visiones del artista de Barro.

Manuel Ruibal, poeta, escultor y pintor, nació en Barro, Pontevedra, en 1942. Abandonó por primera vez Galicia en 1961 para trasladarse a Madrid, donde estudió y admiró la obra de los grandes del Museo del Prado. Artista autodidacta, esta exposición muestra las diversas etapas que han conformado su trayectoria plástica desde entonces. París, Roma, Mallorca o Nueva York, han sido otras ciudades en las cuales ha vivido a lo largo de estos años para volver finalmente a un ámbito rural próximo al de su infancia. París incidió en él a través del fauvismo, en Roma se apasionó con la pintura de acción, expresionista, en Mallorca se inspiró en las cúpulas del Renacimiento y Barroco que había visto en Italia, y las atmósferas otoñales son posteriores a su estancia en Nueva York en los 80.

Su primera producción bebe del costumbrismo aprendido de los maestros gallegos para evolucionar, a través de un diálogo de trazos, en un proceso de depuración que ha ido estilizando su obra. Su pintura inicial de paisajes, marinas, de amplia mancha rascada, en azules y negros, o conjuntos de figuras deliberadamente envueltas y hasta mezcladas, evoluciona a un gestualismo esquemático en los años finales de la década de los ochenta. Más tarde su mancha será sobria, puramente gestual, abstracta, muy próxima al decorativismo japonés. Su obra última resulta sugerente, conformando espacios donde el trazo se despliega en una armonía y delicada tensión.

Su primera exposición tuvo lugar en Murcia en 1967, y desde ese momento sus obras han visitado distintos países con gran éxito.

OTRA VISIÓN DE MANOLO RUIBAL.

No tiene inconveniente en confesar que su madre se encontraba en la cárcel, por estraperlista forzada por el hambre de la postguerra, cuando él nació, y que su infancia fue muy dura. Su primer contacto con la pintura, que fascina al niño aldeano, lo tiene en un almanaque que reproducía obras de Corot, Manet, Van Gogh y Cezánne. Interesado, obsesionado merjor por la pintura, sin saberse cómo, se traslada a Pontevedra en bicicleta para adquirir colores. Su primer cuadro, casi infantil, lo vende por 300 pesetas, con las que viajó a Madrid, dispuesto a ser pintor. Visita constantemente el museo del Prado. Continúan las dificultades, incluso el hambre, hasta que le ayuda el gran pintor pontevedrés Rafael Ubeda. Trabaja en una serigrafía, como tapicero, en lo que salga. Así permanece hasta que cumple el servicio militar y viaja a París, donde permanece a la aventura tres meses. Retorna a Madrid. Trabaja y en 1967 expone en Murcia, por vez primera y debido a una casualidad. Tuvo un éxito inesperado. Vuelve a Galicia y expone en Pontevedra y en Compostela. Repite en Murcia, con igual fortuna que en la primera ocasión. Se casa en 1972 y vive en Pontevedra. Viaja a Italia. Se suceden sus exposiciones. Recorre medio mundo. Acude a colectivas de importancia. La crítica lo elogia. Su inicial pintura de paisajes, en azules y negros, evoluciona hacia un gestualismo esquemático en los finales de la década de los ochenta. Pasa algún tiempo en Mallorca y viaja a Nueva York. Al fin vuelve, para establecerse definitivamente en el ámbito rural próximo a su mundo infantil, donde pinta y convive con poetas, artistas y amigos. Su pintura personalísima se ha extendido por el mundo, se aprecia en galerías de importancia y está en los Museos de Galicia y en otros muchos de España y del extranjero. El postimpresionismo y pintores que van de Colmeiro a Nonell, influyen en la primera estapa de Ruibal, en la que son características unas marinas escuetas, de amplia mancha rascada, en azules y negros, sin referencias humanas, o conjuntos de figuras como deliberadamente envueltas y hasta revueltas. Después hace escueta su mancha, puramente gestual, abstracta, muy próxima al decorativismo japonés. Sus floreros son pura síntesis de forma, de tendencia lírica e intimista. Azules, rosas, escuetos, de escasísima materia, sobre fondos neutros. Su concepción plástica se simplifica aún más, para ser únicamente manchas en el espacio, levísimas, casi etéreas, como imaginarios coros de ángeles en una visión paradisíaca del Dante.


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