Carmen Pazos cumplirá la semana que viene los 22 en Japón, del que se enamoró y en el que lleva 4 años
Fue en una de esas largas y aburridas noches de
sábado. Carmen Pazos tenía entonces 15 años y era muy tranquila. No le
gustaba mucho salir, sí leer, y estaba enganchada a los documentales de Informe Semanal.
Ese día echaron uno del que apenas nadie ha vuelto a hablar. Solo ella.
No es capaz de recordar el nombre. Ni siquiera puede decir muy bien qué
fue lo que hizo cambiar, pero el caso es que la enamoró. No de un solo
nombre, si no más bien de un pictograma. Se trata del concepto de día,
de sol, y el de raíz, y se lee Nihon, que en castellano se
traduce igual de rápido y breve: Japón. Le conquistó el carácter
tranquilo de sus habitantes, la educación y su mentalidad casera.
Rápidamente empezó a investigar sobre el país del sol naciente (significado de los kanjis
que conforman su nombre), y quiso apuntarse para estudiar su lengua.
Como todavía era muy joven y tendría que desplazarse a la Escola de
Oficial de Idiomas (EOI) de Vigo o A Coruña para estudiarlo, su madre le
hizo esperar a llegar a Bachillerato, con la firme esperanza de que
para entonces se le habría pasado el antojo.
Así que la pequeña Carmen empezó a estudiar por su
cuenta una lengua que en los centros oficiales requiere de ocho años de
estudio. El primer año y medio fue asentando las bases de un idioma del
que, al terminar Primaria, los nativos dominan 1.900 pictogramas y del
que para leer un periódico son necesarios unos 2.400. Pazos iba a hacer
Químicas, así que ya se había fijado en el país nipón por lo
desarrollada que tiene esta industria.
Viendo que la cosa iba en serio, su madre accedió a
pagarle unas clases particulares. Mientras, la joven continuaba
profundizando en las costumbres y cultura del que ahora es su país de
adopción. En algún momento del proceso otra cosa cambió, y Carmen vio
cómo la química pasaba a un segundo plano para ceder su lugar a la
pintura y el arte. Fue así cómo, navegando un día por Internet,
descubrió la Kyoto Seika University, la única de Japón que, entre otras
cosas, ofrece la carrera de Manga.
No se asusten, no es lo suyo. Pazos está estudiando
Pintura. Le surgió la posibilidad de viajar allí a través de una beca
que le permitiría hacer el examen de acceso a la prestigiosa facultad de
Bellas Artes. Hay escuelas en las que los alumnos únicamente se
preparan para entrar en ella. Pero en lugar de ir a la gran ciudad, la
joven acabó en una familia de acogida que vivía en un pequeño pueblo,
llamado Izumo, en la prefectura de Shimane. Tenía 17 años.
Como una celebridad
Los primeros seis meses, aunque apenas entendía nada,
fueron «los mejores. La gente era muy simpática y me trataban como a
una celebridad: me paraban por los pasillos para sacarse fotos conmigo,
querían hacer muchas cosas juntos y ser mis amigos». Poco después la
situación cambió. «Los japoneses establecen una especie de barrera con
los extranjeros. No es racismo, porque no tienen mala intención, pero se
ven diferentes, o inferiores, no sé», argumenta para explicar que, una
vez conseguido el acercamiento que querían de ella, rompían cualquier
vínculo.
Cuando regresó a España quería quedarse con su
familia. «Si sigo aquí es por mi madre. Vio todos los esfuerzos que
había hecho y me dijo: ‘‘No vas a rendirte después de tantos años. Vas a
volver a Kioto y hacer los exámenes de acceso a la Seika y, si
apruebas, ya veremos cómo hacemos’’. Estar aquí no es nada barato». El
año que pasó en Izumo al final fue casi un regalo. Tenía pensado ir
directamente a la universidad, pero el pueblo estaba demasiado lejos de
la universidad. Lo que no sabía entonces Carmen es que allí encontraría
al que fue el mejor profesor de su vida, un monje que se había graduado
en esa misma universidad y con el que aprendió todo lo que necesitaba
para conseguir entrar en la facultad.
Ahora, ya como alumna de tercero de Pintura (le queda
uno para terminar), está completamente integrada en la sociedad
japonesa. Tiene amigos tanto nipones como extranjeros, y para ayudar a
costearse los estudios, va a empezar a trabajar como modelo occidental.
Este trabajo, junto al de la galería de arte de su facultad, le
permitirán seguir disfrutando de sus cuatro meses de vacaciones. En
casa, donde se pone el sol.
http://www.lavozdegalicia.es/noticia/pontevedra/2016/07/21/modelo-barro-pintar-kioto/0003_201607P21C12994.htm
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