Su economía se desmoronaba... Cogieron una furgoneta y se lanzaron a las feria
El oficio de vendedor ambulante, de conocer mejor el mapa de Galicia a través de los mercadillos que de otra cosa, suele llevarse en la sangre. Quedaba ayer claro en la feria de Caldas. «Yo llevo toda la vida en esto... Ya venían mis abuelos, mis padres, y ahora traigo conmigo al chaval», decía un hombre que anunciaba con una voz que para sí quisieran muchos cantantes una promoción de dos camisas por cinco euros. Sin embargo, la crisis cambió ese escenario. Y en los mercados venden ahora personas que en la vida pensaron pasarse los días de feria en feria a bordo de una furgoneta hasta los topes de mercancía. A algunos de estos mercaderes, los más, los trajo la crisis. A otros fueron circunstancias distintas. Las historias de Rosa Ribeiro, Lourdes Carreira, Ana Fernández y Verónica Rey retratan la situación.
A Lourdes, que tiene tres hijos, la crisis la cogió trabajando en una tienda de muebles. Acabó en el paro. Encima, su desempleo coincidió con el de su marido. Así que llegaron a verle las orejas al lobo. «Eu tiña 46 anos, sabía que o tiña moi difícil para atopar un traballo. E tampouco podía meterme nun negocio de moita inversión». Con 700 euros y guiada por una conocida que ya iba de feria en feria, montó un puesto de ropa. Reconoce que no fue llegar y ponerse a vender. Y que, por ejemplo, tuvo que esperar dos años a que le asignaran un puesto en el mercadillo de Caldas, en el que ayer vendía. Ella es de Herbón. Pero desde que lleva su negocio a cuestas la conocen en buena parte de la provincia de Pontevedra; desde Valga a Barro. Ayer, tenía una curiosa competencia enfrente, una mujer rubia de amplia sonrisa. Aunque venden casi lo mismo, textil de mujer, Rosa se tomaba el café con ella en plena feria... Resulta que su competencia es Lourdes, su amiga y consuegra. Ella también vivió una situación dura. El batacazo de la construcción hizo que su marido, que es pintor, se quedase en paro. Y Lourdes, hasta entonces sin ocupación laboral, empezó a buscar una salida. «Como Rosa viña, animeime a facelo eu tamén, e aquí estamos as dúas», comenta mientras brindan con el café.
No les importa sonreír y brindar por la amistad aunque, según dicen, no tienen mucho que celebrar. Les gusta la feria, pero aseguran que las ganancias son exiguas. «Hai días de mercado que non te estreas... Vas para a casa sen gañar un euro». Y, aunque no ganan nada, sí tienen que apoquinar: «Hai que pagar autónomos, polo menos unha cota de catro horas, o seguro do posto e tamén as taxas municipais», dicen. Eso, y dedicarse en cuerpo y alma al negocio. Salen de casa a las seis de la madrugada, montan sobre las siete, recogen a las dos de la tarde y, después, «buscarse a vida para comprar a mercancía».
A la segunda fue la vencida
De lo duro que es sobrevivir económicamente como vendedor ambulante sabe mucho también Ana, que es de Pontevedra pero vive en Vilagarcía: «El otro día, cuando pude hacer el ingreso para pagar la cuota de autónomos que me iban a cargar... Dios mío, respiré aliviada. Es que si devuelves el recibo el recargo es del 20%, y yo no llego», señala. Ana también podría decirse que casi es una recién llegada al mundo del mercadillo. Todavía tiene fresca en la memoria la reacción de su madre cuando se lo dijo: «No se lo podía creer... Pero yo tenía que sobrevivir». Ana trabajó por cuenta ajena muchas veces, de hostelera o en una industria alimentaria. Cuando la crisis empezó a machacar el empleo, abrió una bocatería en Portonovo. Las cosas no fueron bien, y decidió darse una segunda oportunidad como emprendedora. Y ahí estaba ayer, con su furgoneta y su puesto vendiendo en Caldas. Lo hace también en Vilagarcía, Cambados, Padrón o Barro. No tiene días libres. Ni uno solo a la semana. Pero, de eso, no se queja: «A mí trabajar no me importa, lo que me da rabia es los días que no me estreno, o que me voy a casa con diez euros...»
Una historia distinta
El contrapunto a estas tres historias lo pone Verónica, que vive en Caldas. A ella no la trajo el paro a la feria. Ni la crisis. Estaba contenta con su trabajo en una tienda de la zona monumental de Santiago. Pero su suegra era vendedora en un mercadillo y decidió imitarla. Montó un puesto a su imagen y semejanza: con estilo y ropa y accesorios cucos. Verónica es dulce y llama «chulis» a sus clientas. Tiene 23 años y está encantada con los sombreros de flores que hace a mano o sus bolsos de fiesta. De momento se apaña con lo que va sacando del mercado, pero hay una pregunta que le hace fruncir el ceño: «
Se tivese fillos ou hipoteca isto non me daría para empezar»
, dice.
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