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sábado, 25 de junio de 2016

El comandante que escribe notas de amor

Papista con el reglamento militar, Miguel es un apasionado del verbo vivir. Pilar, su mujer, no le va a la zaga

Una noche de verano. Una terraza. Suena la inolvidable voz de Germán Coppini y sus Malos tiempos para la lírica. Un hombre maduro se acerca a una mujer en la plenitud de la vida. Se conocen. Él, casi en un gesto de descaro, la agarra por la cintura. Le habla. Y en un momento dado, le dice: «Tengo un defecto. Soy adorable y no puedo evitarlo». Triunfa el amor y ya no se separan más. Suena a novela. Pero es lo que les pasó a Miguel Anxo Álvarez y Pilar Rodríguez, hace cuatro años, al calor de una noche viguesa. Reciben en la casa en la que viven en Barro. Es un hogar hermoso, pintado de colores y de espacios abiertos que por sí solo hace sentir cómodo al forastero. Pero conforme la conversación avanza, uno se da cuenta de que, en realidad, esa vivienda no es más que un espejo de Miguel y Pilar. Ellos, como su casa, no tienen puertas interiores. Y ellos, como su casa, irradian color. Son un arco iris humano.
Aprovechando que Miguel está trabajando pese al festivo, la conversación empieza con su mujer, Pilar. Cuenta ella que Miguel está atendiendo a una paciente, dado que es gerocultor y ayuda a personas mayores a seguir hábitos alimenticios saludables, les da cuidados sanitarios, etc. Se sienta en el porche de su vivienda y retrocede a su tierra natal, Ribadavia. Explica que fue empresaria, heredera de un negocio familiar relacionado con los barnices. Estaba entonces casada con otra persona, padre de su hijo, de la que acabó divorciándose. La vida le llevó a A Coruña un tiempo, para regresar luego a su ayuntamiento y... ¡dar el salto a la política! Fue cabeza de lista del PP en unas elecciones: «La verdad es que fue una cosa temporal. Perdimos... Y, bueno, yo creo que no era la mío». En esas estaba cuando llegó Miguel y la agarró por la cintura. Y su vida cambió. Ahora vive en Barro y trabaja de dependienta, en Vigo. Se levanta cada mañana con la sensación de ser feliz.

Guardadas en el cofre
«Esto es maravilloso. Miguel es un caballero tremendo. Me abre la puerta del coche, me prepara el desayuno... Y me deja notitas de amor». ¿Notitas de amor? Es entonces cuando Pilar corre a la habitación y, con la misma ilusión con la que una quinceañera enamorada, saca sus te quiero de papel, escritos a puño y letra y atados con un clip.
Se incorpora Miguel a la conversación. Y entonces Pilar le deja hablar. No dejan de mirarse, de hablarse con la vista. Y él cuenta su historia. También nació en Ourense. Pero se marchó pronto. Empezó casi de adolescente en el Ejército de Tierra. Llegó a comandante de Infantería pese a pasar voluntariamente a la reserva a los 41 años, después de dar clase en la academia militar. Uno le pregunta si le tocó ir a misiones de combate. Y es el único momento en el que se vuelve hermético. «En cuestión del Ejército, de su reglamento, soy más papista que el Papa. Sí que fui a misiones, claro que sí. Pero dejémoslo ahí». Y ahí queda. Aunque no hace falta que se explique. A Miguel se le notan las cicatrices que le fue dejando la vida, sus muchas vidas. «Soy feliz... Pero lo soy con las miserias que también tiene la vida», confiesa.
No lo cuenta él. No lo dice Pilar tampoco. Pero queda claro que sabe lo que es vivir la guerra. La de combate, la de las armas empuñadas y las muertes sinsentido, y la interior. «No estoy atormentado, pero sí hay cosas que fueron pasando que te duelen». Antes de conocer a Pilar, se casó dos veces. En el segundo matrimonio, le ocurrió algo que le hizo abrazar la existencia sobremanera: «Fui padre de gemelos a los 48 años. Y no puedo estar más orgulloso de mis hijos. Vienen los fines de semana y lo llenan todo. No puedo quererles más». Lo dice y Pilar asiente con la cabeza. Y añade ella: «Yo también adoro a mi hijo, que ya es mayor, y mañana va a salir en Serramoura... Está haciendo Arte Dramático».

Deportista de élite
Hablan entonces de sus hijos, de los momentos compartidos en esa casa de Barro que les gustaría que un día fuese suya. Es mediodía de san Xoán, la charla con ellos empezó hace más de una hora y da la sensación de que, en realidad, se les conoce de siempre. Pilar enseña los rincones fetiches del hogar: la foto de la boda que ella no quería celebrar pero en la que Miguel insistió, el montaje que ella hizo con un retrato que les sacaron los niños de Miguel; los cuadros que él pinta, las macetas de colorines de un patio interior azul cielo... Es Miguel el que pide acabar la charla. Le toca ir a hacer deporte antes de ir a visitar a otro mayor. Es gerocultor de acción y de palabra, ya que investiga y divulga sus conocimientos. Antes de salir a correr, vuelve a sorprender. Resulta que fue deportista de élite; el primer español en la copa del mundo de carrera de orientación. Uno quiere saber más. Pero no ya hay tiempo. Se va. La disciplina militar sigue dentro.

http://www.lavozdegalicia.es/noticia/pontevedra/2016/06/25/comandante-escribe-notas-amor/0003_201606P25C12994.htm

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