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sábado, 25 de junio de 2016

Pontevedra es muy pequeña



PARA NO ser menos que mi amigo y colega Rafa Cabeleira, que se estrenó el lunes con su Carta de Presentación, paso yo también a contar mis orígenes con épica, suponiendo que a usted le importe de dónde somos Rafa y yo. Para su tranquilidad, a diferencia de mi bienquerido Rafa, yo sí estudié periodismo y llevo toda la vida en la profesión. No haré sangre hablando hoy del intrusismo laboral.

Como estrategia de marketing y también para que lo dejasen escribir, Rafa se ha valido siempre de su campechanismo y origen marinero, atendiendo a un sistema de cuotas tácito que establece que la contraportada del Diario de Pontevedra debe dividirse entre los PTV, la gente de bien, y la gente simpática. Yo quise serlo todo. Y sin embargo, llevo años mintiendo. Años de escaqueo y de hablar del tiempo. Años de un incontrolado palpitar de párpados ante la incómoda pregunta "¿y tú de dónde eres?". Años respondiendo, con la mirada puesta en otro lado, "Yo soy de Pontevedra, de toda la vida".

En un alarde sinceridad impropia en una periodista vengo aquí a confesarme. Al fin y al cabo, les hablaré de cosas mucho peores mientras dure esta aventura.

Mi DNI dice que nací en Santiso, provincia de A Coruña y mis recuerdos de la tierna infancia se ubican en el portal 115 de la calle Juan Bautista Andrade de Lérez. He vivido en Santiago, Madrid, Lugo, y otra vez en Santiago. Y por causas ajenas a mi voluntad y posterior procrastinación, hace varios años que estoy empadronada en Campelo, Poio, por lo que es probable que este fin de semana Rafa y yo nos encontremos votando, frente a frente y sin rencor, en el mismo colegio electoral.

Hay gente que quiere ser astronauta, médico, novia de Cristiano Ronaldo o abogado de la Infanta Cristina. Hay gente que quiere tener unos labios vaginales muy pequeños —la hay—. Hay gente que quiere montar un negocio de cigarrillos electrónicos, y hay gente que quiere dedicarse a la industria del porno o al fútbol y, en ocasiones, al mismo tiempo. Yo siempre quise ser de Pontevedra.

Un sueño que se me arrancó, cuando, con 9 años, mis padres me sacaron de los arrabales de la ciudad para instalarme en Curro, Barro, en una casa con finca donde yo, cuyas únicas aficiones notables eran comprar el Superpop y el Nuevo Vale a escondidas, jugar con las barbies e ir a gimnasia rítmica con mis amigas, sería súper feliz.

Al poco de instalarnos en Curro, mi madre se deshizo de la casa y la caravana de las Barbies y dejó de llevarme a gimnasia porque no tenía tiempo para bajarme y subirme cuatro veces al día. Uno sube y baja a Pontevedra porque todo lo demás son montañas, picos, cordilleras y volcanes. Con semejante orografía, tampoco tenía kiosco en donde comprar aquellas revistas que me explicaban cómo dar besos con lengua y perder la virginidad en el trastero de mis padres. Ni siquiera tendría trastero, si acaso '‘faiado'’. Suerte tuve que mi madre me dejase seguir yendo al colegio. Mi madre me ruralizó. Sin piedad.

Por ser de Lérez yo jamás estudié en un colegio del centro. No jugaba en la Alameda excepto los domingos de guardar, cuando me ponían de vestido, y, como un travesti borracho, me rompía los leotardos a los cinco minutos de que mi padre me proyectase desde uno de aquellos columpios oxidados. No iba a misa a la Peregrina, no tuve baile del Casino y ni siquiera del Mercantil. Nada de nada. Pero por lo menos tenía amigos. Éramos los pontevedreses underground, los del otro lado del Lérez, cruzado por el puente del Burgo que siempre actuó como un muro de Berlín a través del que nos llegaban los avances que ocurrían en la Pontevedra Occidental y desarrollada por medio de este periódico.

Estudié en el colegio de A Xunqueira 1, donde nos tenían confinados a todos los niños de Lérez para arriba. Alba, Cerponzones, Campañó o Barro. Éramos salvajes, bárbaros, elementos desestabilizadores, que cuando llegábamos a la Herrería nos poníamos a dar patadas a las palomas y a quemar contenedores.

Cuando me tocó ir al instituto escogimos A Xunqueira 2, que suponía un cierto avance civilizador con respecto a la 1. En la 2 había gente de A Seca, que, aunque eran de barrio, estaban al otro lado del río, como cantaba Jorge Drexler. Pero también había algunos alumnos del centro y, lo mejor, compañeros de A Caeira, que son más pontevedreses que el mismísimo Ravachol aunque pertenezcan al concello de Poio. En aquel ambiente, me acercaba a la felicidad.

Nunca viví en Pontevedra hasta que tuve 26 años y la aventura me duró poco. Así que cuando empecé a hacerme conocida por este noble oficio de escribir y las entrevistas llegaron, me di cuenta de que yo, en realidad, por ser de algún lado, tenía que ser de Curro, que es donde viven mis padres que acostumbran a acogerme con relativa frecuencia entre mis idas y venidas laborales y dramáticas rupturas de pareja. Sé con que un simple trastero mi vida emocional sería mucho más estable.

Hace unas semanas nos tocó entrevistar al cocinero Pepe Solla para O Gato con Botas, el programa de TVG, presentado por Manquiña, del que soy guionista. Pepe nos contó que los de Poio decían que él era de Poio —que es donde tiene el restaurante— pero los de Pontevedra, deseosos del glamour de su estrella Michelín, se refieren siempre a él como el cocinero pontevedrés. Los ayuntamientos se pelean porque Pepe diga que es de uno u otro sitio. Eso es lo que quiero yo. Que se peleen.

Pontevedra es muy pequeña y no cabemos todos. Pero a la vez, es muy grande. Y mientras este periódico llegue a su bar o a su casa, sepa bien que usted es de Pontevedra aunque viva en Marín, porque Marín, igual que Curro, también es un poco Pontevedra. Y Pontevedra es un poco todo menos Vigo, que ya es otra cosa.

http://diariodepontevedra.galiciae.com/gl/blog/563408/pontevedra-es-muy-pequena

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